A partir del 17 de marzo de 2020, maestros, alumnos, personal administrativo del sector educativo y aquellos involucrados con esta rama, detuvieron abruptamente las actividades en el acostumbrado sitio de reunión, la escuela.
Continuaron por ese camino las actividades políticas, culturales y administrativas del país, de tal suerte que para el 31 de marzo se redujeron las labores a nivel nacional, por increíble que parezca, dos de los poderes de la unión, legislativo y judicial, quedaron incluídos en esta paralización obligatoria pese a que su ámbito de competencias es de seguridad nacional.
La justificación fue una y la misma en todo el mundo que de manera simultánea detuvo las actividades laborales y económicas: una epidemia mundial causada por una novedosa enfermedad de tipo viral, como una gripe, llamada coronavirus, que hasta aquel momento pocas personas habían sufrido pero que coincidían en una sintomatología semejante, dolores musculares fortísimos, con gran velocidad de contagio que, en caso de padecer algún tipo de enfermedad autoinmune o afecciones respiratorias, renales o biliares podía causar la muerte casi inmediata. Esto obligó a cerrar el contacto de los países entre sí, inmovilizando a toda la población para evitar el contagio.
Aún cuando la enfermedad se encuentra en fase de estudio y no se han determinado las causas de su aparición y sus efectos, los colaboradores médicos y científicos de todos los países tomaron las decisiones sobre el manejo social de la enfermedad y los gobernantes han adaptado la vida política, económica, educativa y cultural a “las determinaciones de los científicos”.
A partir de estas decisiones comenzó un confinamiento de la población que continúa parcialmente hasta la fecha, nadie imaginaba que tomaría tanto tiempo. Ahora los daños emocionales, económicos y sociales -inconmensurables en sí mismos además de que nadie los pondera- han llevado a estimaciones tales como la pérdida de un millón y medio de empleos en México y veinticuatro millones en América Latina o una aproximación de ciento noventa y cinco millones de empleos perdidos a nivel mundial hasta el mes de abril de este año, hecha por la misma Organización Internacional del Trabajo (OIT).
El sustento ideológico de tales medidas ha sido el siguiente: evitar la transmisión y potencialmente la muerte de millones de personas en el mundo a causa de esta enfermedad. Hasta el momento el manejo exclusivamente “científico” de la epidemia ha dejado de considerar factores filosóficos, políticos, económicos, psicológicos y educativos en medio de la emergencia que parece haber tomado por sorpresa a la misma comunidad científica, a pesar de que esta enfermedad tiene una nomenclatura que implica un orden numérico el cual, supongo debe corresponder al orden de aparición: COVID 19.
No obstante, la complejidad del manejo de esta enfermedad se acentúa por el “discurso científico” y político -dejemos a un lado por el momento al discurso comercial- donde impera la indefinición para terminar el confinamiento porque la enfermedad parece carecer de solución, ni siquiera se cuenta con un tratamiento que haya probado ser eficaz. Me alegra darme cuenta de que, pese a todo, seguimos vivos más de 7,000, 000 000 de personas en el mundo.
En cambio, las autoridades políticas y administrativas han tomado decisiones sobre lo concreto, sobre lo real, sobre lo ya existente como es -entre muchas otras cosas- la educación y su continuidad. Las escuelas se mantienen cerradas por tiempo indefinido, hasta que el semáforo que regula las actividades cambie de color y se encuentre en verde, por ahora llevamos un mes en semáforo naranja y para llegar a verde necesitamos transitar a amarillo primero.
La justificación de esta decisión se fundamenta en un nuevo paradigma que ha impulsado el grupo científico en esta epidemia: los niños y jóvenes no son grupos susceptibles de contraer la enfermedad, aunque puede haber excepciones, en cambio pueden ser “portadores asintomáticos” por lo tanto pueden contagiar a sus familiares y poner en riesgo de muerte a los más ancianos por lo que es preferible mantener a los niños dentro de casa. De esta forma la escuela se plantea como un lugar de altísimo riesgo de transmisión de COVID-19 pues se reúnen cotidianamente un número grande de personas.
La solución que se ha planteado es transmitir contenidos temáticos a través de la televisión para los niveles educativos de preescolar hasta medio superior. En el caso de las instituciones de educación superior, la forma de continuar con el proceso de enseñanza-aprendizaje será el sistema a distancia a través de computadoras e internet. A simple vista las medidas tomadas al respecto parecen la única solución ante “el peligro incontrolable” que representa la enfermedad y la necesidad de continuar con “la educación” de los niños y jóvenes.
Mencionaré algunos aspectos que resultan preocupantes de esta decisión.
Ha desaparecido -por el momento- el estado saludable de la vida de nuestros niños y jóvenes para convertirlos en “transmisores asintomáticos” que deben mantenerse resguardados para que no contraigan la enfermedad que puede llevar hasta la muerte a sus familiares en caso de ser contagiados. ¡Qué tremendo discurso!
Esta “postura científica” es contraria a toda evidencia de la convivencia social de los seres humanos, que han encontrado el desarrollo de todas sus capacidades y su realización sólo dentro de la sociedad con la convivencia que ésta requiere. No hay un testimonio o un registro histórico de la realización humana en medio del aislamiento. Por naturaleza los niños y los jóvenes buscan a sus pares para convivir en su etapa de desarrollo, son con los únicos que comparten las mismas necesidades y con los que practican su integración a la sociedad. En cambio, de los adultos reciben protección, guía y seguridad y el desarrollo integral de los niños y jóvenes depende de la sana convivencia entre ambos grupos.
En segundo término, se encuentra el “paradigma científico” de que los adultos somos vulnerables, aún más aquellos que rebasan los sesenta años -como si la existencia de toda forma de vida en la tierra no hubiese demostrado que en el ciclo de la vida después de la generación viene la corrupción- y se empeora el asunto si se padece de enfermedades autoinmunes o crónicas. Prácticamente han desaparecido la posibilidad de la salud plena en los adultos. Este paradigma contribuye a reforzar “el planteamiento científico” de mantenernos separados de los jóvenes.
Acumular años no es un defecto ni una desviación de la naturaleza, al contrario, representa la superación de limitaciones psicológicas y sociales, la adquisición de conocimientos y experiencia, el fortalecimiento de nuestro espíritu, que contribuye a guiar a los jóvenes y darles un soporte moral, los adultos somos la memoria de la sociedad. Efectivamente el cuerpo se vuelve más frágil con el paso del tiempo, pero ganamos fortaleza de espíritu, vivimos a causa del alma (Aristóteles, Ética Magna).
Resulta inconcebible leer encabezados de periódico o de cualquier medio de comunicación, el cálculo del número de estudiantes que desertarán en cada uno de los niveles educativos por no tener los recursos para acceder a las nuevas formas de impartir datos a través de aparatos electrónicos y de otras vías remotas, en vez de transmitir a ocho columnas los esfuerzos que todos los gobiernos del mundo deberían hacer para evitar justamente la deserción. Deserción educativa y desaparición de fuentes de trabajo inevitablemente resultarán en un número mayor de gente vulnerable a causa de la pobreza y la imposibilidad de movilidad social.
Cuando se interrumpió el proceso de enseñanza-aprendizaje la expectativa era retomar las clases tan pronto como fuera posible, jamás se planteó cambiar las condiciones del proceso o postergar indefinidamente -hasta llevarlas al olvido por anteponer la salud-, las demandas que estaban pendientes por resolver por ejemplo, en lo relativo a las condiciones laborales: otorgar plazas definitivas de tiempo completo para los docentes, reorganización y democratización sindical, recuperación de derechos vulnerados en la reforma educativa anterior, definición de un modelo educativo nacional que hasta el momento se encuentra desdibujado, que incluya la misión del magisterio conforme a un proyecto de nación, entre muchos otros.
En lo relativo a los estudiantes quedaban pendiente por resolver: la ampliación de la matrícula, la creación de más centros educativos, resolver casos de acoso sexual, ampliación de la cobertura de becas, etc. Hoy parece que nadie se acuerda de esto y el discurso político se centra en las condiciones de salud como un determinante para el regreso a clases en el aula.
Lo que se presenta aún más preocupante es que tanto los temas anteriores, que no son menores, como la propia atención a los estudiantes para completar su educación, han pasado a segundo término y muchos tenemos el temor de que la forma de llevar a cabo esta solución pueda ser la antesala de otra de las consecuencias del “manejo científico” de la epidemia: el desmantelamiento de la educación como el principal elemento de cohesión social, de construcción de nacionalismo, incluso de la conjuración del modelo político anterior y la restitución de la soberanía nacional a través de la formación de estudiantes fortalecidos en conocimientos y conciencia, ya que los maestros no hemos sido convocados para buscar una solución a esta eventualidad, ni siquiera para transmitir nuestro conocimiento y experiencia para diseñar los programas a distancia. La educación es la instrucción por medio de la acción docente, es la crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y jóvenes (RAE en línea)
Antes de retomar las clases en este modelo que proponen es necesario establecer la temporalidad del proyecto, abandonar las indefiniciones, pero, ante todo, recobrarnos del knock out que nos asestaron con el discurso del terror, armarnos de valor para continuar viviendo y fortalecer nuestro espíritu con las adversidades. El aula es el espacio donde podemos reconstruir nuestra convivencia social y fortalecer nuestro espíritu de comunidad para sobreponernos a los daños que ha dejado esta epidemia. Abandonemos el miedo y asumamos los retos que implica el vivir.
FOTO: UNICEF/Mauricio Ramos
En https://www.unicef.org/mexico/educación-y-aprendizaje